Don Valerio se despierta todos los días exactamente a las 5:45 am. Pero no lo hace en el camastro en el que se echó a dormir la noche anterior sino sentado en una silla. La llave no es de su casa --ha nacido y vivido siempre en el circo-- y nadie sabe de dónde ha salido ese maletín que, sospechan, está vacío.
En esa posición vuelve a dormirse o a dormitar hasta pasado el mediodía y, por lo que dice entre sueños, parece soñar con algunas dudosas labores de oficina.
Nadie en la carpa se sorprende demasiado de esta rutina, en parte porque la gente de circo está acostumbrada a ciertas excentricidades y en parte porque todos han visto cómo los elefantes, a quienes don Valerio tenía la tarea de cuidar y entrenar, hacían cada tanto algo parecido.