Una paquidérmica fábula ilustrada que barrita acerca del tiempo y la memoria
En esta pampa húmeda que habito, la ausencia de elefantes es inocultable. Quizás les dedico este librito en un intento por mantenerme a prudente distancia de la tediosa crónica autobiográfica que anda ya sobrando por todos lados. Lo cierto es que por su exotismo casi fantástico, desde aquí los elefantes se dejan dibujar y evocar con la misma sabia mansedumbre con la que aparentan vivir allá a lo lejos; si es que existen.
Recuerda como si fuera hoy aquel día hace veintitrés años en el que caminaban por un desfiladero. Recuerda haber sentido claramente el mínimo crujir de siete u ocho hormigas bajo una de sus patas. Recuerda haber imaginado la hilera de puntitos negros interrumpida por su pisada. Recuerda que de su cola iba agarrada Mirna y que él se aferraba a la de Horacio que iba adelante.
Mientras recuerda estas cosas caminan, como hace veintitrés años, por un desfiladero. Horacio ya no está y Mirna ha cambiado tanto que prefiere ir suelta.
Yo trato de justificarlo porque nos criamos juntos pero debo reconocer que desde que volvió está insoportable. Él dice que se escapó porque, a pesar de todo, nos extrañaba. Pero las malas lenguas aseguran que no se escapó nada, que en realidad lo soltaron porque ya les resultaba un estorbo. Siempre anda diciendo que con los humanos esto, que con los humanos lo otro. Siempre dice que si conociéramos el sabor del maní no andaríamos comiendo las porquerías que comemos. Claro que a él hay que darle esas “porquerías” en la boca y andar empujándolo para que no se quede rezagado. ¡Si desde que volvió ya no sabe ni limpiarse el culo solo!
Nuestros abuelos nos cuentan un montón de cosas acerca de “El feo”. Que sus colmillos son descomunales, que tiene unas orejas ridículamente pequeñas, que de noche se lleva a los chicos que se portan mal… Pero lo cierto es que ellos tampoco lo han visto con sus propios ojos. A ellos también les contaron estas cosas sus abuelos y a sus abuelos, los suyos.
Suele hacerse presente en nuestras pesadillas o como amenaza en nuestras prácticas pedagógicas pero también, para algunos, es un símbolo de lo que ya no está, de las posibilidades truncadas, de todo lo que desconocemos. Una pequeña muestra de nuestra enorme ignorancia.
Él sabe que es estúpido asustarse por algo tan insignificante pero Marcelo le dice que por ahí es su manera de tapar alguna otra cosa, algo que le pasó de cachorro quizás. La otra vuelta le dijo que su problema es muy común hoy en día. Le dijo cómo se llama incluso. Pero la verdad es que saber cómo le llama Marcelo a él no le resuelve nada.
El Cabezón cree que se las sabe todas. Dice que tenemos que pensar bien antes de hacer las cosas. Que no podemos andar arriesgándonos así, a tontas y a locas, como dice que hacemos. No negamos que muchas veces los hechos terminaron por darle la razón, pero él también sabe que si hiciéramos caso a todas sus advertencias terminaríamos por no hacer nada.
Augusto se toma todo muy en serio. Dice que como están las cosas no es como para andar haciendo chistes. Y efectivamente, estén como estén las cosas, no lo hemos visto reirse jamás. Pero, hay que decirlo, tampoco lo hemos visto jamás buscando agua, refugio o comida.
Su estampa, siempre tan grave e inmóvil, siempre a la sombra, nos resulta de lo más cómica.
Quienes lo conocieron de joven afirman que en su época era de lo más dado y alegre, pero con los años Enrique se ha vuelto malhumorado, taciturno y desconfiado. Nos mira a todos, especialmente a los más jóvenes, con mucho recelo. Casi no habla, mejor dicho, a nosotros no nos habla porque siempre anda musitando un rítmico lamento del que sólo llegamos a escuchar la primera parte: tres esperanzas tuve en mi vida…
Muchas veces ha escuchado a sus mayores hablar del destino de gloria que los espera al final del camino. Ha visto cómo se les iluminan los ojos al mencionar el Gran Cementerio y sus fulgores de calcio.
Sin embargo, desde aquella primera vez en la que, desoyendo las advertencias, se acercó peligrosamente al poblado y escuchó la dulce y triste melodía que escapaba de la escuelita, sueña con otro final para él. Uno en tono menor.
Marito ya no sabe qué hacer para llamar la atención. Se limó los colmillos, hace ejercicios todos los días, mantiene una dieta exclusivamente a base de raíces y dice que está hecho un pibe. Pero cuando camina, con ese ridículo pasito que adoptó ahora, cada vez le cuesta más disimular el temblequeo de sus rodillas y la antigua desesperación en su mirada.
Al observar a las hormigas en su minúsculo e incesante ajetreo, a los pájaros en su liviana y fugaz existencia y a su entrañable manada a la distancia recortada sobre el horizonte, no duda ni un momento que el tiempo, el tamaño, la forma y la memoria son todos nombres de una misma cosa.
Ve un árbol y dice “todos los árboles”.
Ve un pájaro y dice “lo que vuela”.
Ve a otro elefante y dice “nosotros, los elefantes”.
Ve su propio reflejo en el agua y mantiene un respetuoso silencio.
Fuera de alguna que otra jirafa, la verdad es que por acá no hay mucho con qué entretenerse. La mayoría de nosotros simplemente se aburre pero Lucio prefiere imaginar cosas. Suele apartarse de la manada y más de una vez lo hemos visto a lo lejos gesticulando y hablando solo.
Algunos decimos que es un visionario, no somos pocos los que creemos que es un tarado.
Aunque desde el siglo pasado venía experimentando, imprimiendo y encuadernando libros de otros artistas y pequeñas ediciones de variedades gráficas propias, Memorias y balanceos fue el primer libro de mi autoría íntegramente diseñado, impreso y encuadernado artesanalmente en mi taller.
Luego de innumerables pruebas de galera lo publicamos en dos coquetas ediciones en el año 2018 por Minusculario Ediciones (nuestra pequeña editorial de libros ilustrados).
Desde Argentina Desde otros países
Ambas ediciones están a la venta en la tienda de Minusculario. Allí podrá pagar con Mercado Pago, tarjetas de crédito y de débito, transferencia bancaria o incluso en efectivo en Rapipago/Pagofácil. En la ciudad de Rosario puede elegir entre el envío a domicilio por servicio de cadetería o retirar su compra personalemnte por el microespacio de nuestra editorial en el barrio del Abasto. Los envíos al resto del país se realizan por OCA o Correo Argentino.
Si lo prefiere, puede contactarse conmigo para coordinar la forma de pago y envío que le resulten más convenientes.
Los precios están expresados en Pesos Argentinos.
A precio popular para que nadie se quede sin sus elefantes
Un “gustito” que me he querido dar como autor, impresor y encuadernador
La edición de bolsillo también la puede encontrar en: