El muñeco, dibujo de un cantor de tangos

Cantor de registro exquisito nacido en las barriadas pobres de la capital. Se dice que aprendió de un viejo vendedor de bosta primero a sonreír —esa sonrisa que ilumina todas y cada una de las representaciones de su rostro— y luego a silbar. Pero la cronología es imprecisa; siempre se sitúa su vida y su obra en un pasado cercano. El Muñeco es y fue siempre un artista de ayer.

Eso explicaría el espíritu eminentemente nostálgico de esa dulce —casi sobrenatural— voz proveniente de un tiempo en el que, todos prefieren creer, una voz así sí era posible.

Su música es, si tenemos suerte, una de las poquísimas cosas que podría hacer vislumbrar al turista atento de qué se trata realmente este lugar.


Este es otro viejo dibujo encontrado entre manchas de tinta, que estará incluido en el capítulo titulado “Romances de barro” de mi próximo libro de inminente aparición.