Pudo haber llegado a ser una colorida mariposa o, conociéndome, más probablemente una parda polilla. Pero, como tantas otras veces en mis dibujos, el milagro no se produjo.
No le voy a negar que siento algo de culpa. Le espera ahora una vida más efímera aún que aquella a la que quizás ya se había hecho a la idea; si es que se le puede llamar vida (o idea) a lo que no tiene forma ni nombre.