Cada cien patas de pollo hay una que tiene la propiedad de conceder un deseo a quien se atreva a pedirlo. El procedimiento es sencillo: antes de devorar la pata se fija la mirada en ella mientras se formula mentalmente el deseo. Si la pata en cuestión es una de las que tienen el don (no hay forma de saberlo con antelación), el deseo se cumplirá invariablemente cuando el comensal haya terminado de digerir.
Como es tradición en estos casos, el prodigio es obra de un demonio menor, gallináceo, resentido, cruel y caprichoso que se solaza en interpretar los pedidos de un modo tramposamente literal, sin reparar en las consecuencias desastrosas que acarreará su estricto cumplimiento.
Algunos místicos afirman que una gramática de hierro a prueba de suspicacias es la mejor arma para intentar burlar al demonio. Otros sostienen que la única receta efectiva para reducir y hasta eliminar los efectos colaterales catastróficos de los deseos cumplidos, por exóticos y peligrosos que estos puedan parecer, consiste en hervir el pollo sin piel y acompañarlo apenas con una frugal porción de papas también hervidas. Ciertos herméticos añaden que el vino Malbec marida muy bien.